Fichando en la calle de Dolores
Se trataba de una cantinucha que bien podría haberse llamado "El barril desvencijado" sucia obscura, en donde las cervezas costarían menos de doce pesos, y la "botana" eran tripas y arroz. Parecía baño: de una pretendida y antigua elegancia, habían cubierto las paredes con esas losetas imitación mármol. Las mesas de metal; las sillas de plástico. Los clientes, todos de segunda o tercera edad, mataban el tiempo frente a los pocos tragos que podían permitirse. La sinfonola rara vez tocaba; y eso porque el encargado la ponía de vez en cuando, y no por que los clientes le echaran monedas.
Ahí estaban las muchachas de la calle de Dolores: señoras de 50 años -la más joven- y en plena senectud las demás, quienes a cambio de una copa prestaban su compañía a base de silencios y susurros. Sólo eso: compañía cercana. No bailes, no fajes, no sexo. Frases cortas, y más silencios. Me tocó ver romper en lágrimas a un curtido viejito que descansaba entre bultos de gran tamaño a un lado de su diablo. Su compañera no dijo nada. Callada y seria, -casi formal diría yo-, sólo lo rodeó con su brazo.
Comentarios
Escribes muy bien