La señora de las bolsas
La conocí apenas llegué a vivir al barrio. Rijosa y malencarada, defendía cada centímetro de su puesto situado justo frente a la salida del gran supermercado. "!Bolsas, bolsas!" Gritaba como único reclamo. Uraña, vio como pretendía amarrar mi bicicleta en el poste que lindaba su posición. Desesperada por encontrar algún pretexto para correrme me pidió que no fuera a "dañar" alguno de sus desarrapados plásticos. Pero bueno, yo soy decidido a veces: muy correcto terminé de amarrar mi bici, le dije compermiso y me pasé. Ella sobrepasa los 90 seguramente, y se parece a la abuelita Coco pero en malhablada. Al fin es del mero barrio. Está todos los días en su puesto de bolsas de plástico y del mandado que los inútiles de sus nietos levantan por la mañana y recogen por la noche con flojera infinita. Y ella está todo el día gritando su único pregón: "¡Bolsas, señito, bolsas!". Han pasado los años y nuestra relación ha mejorado. Resulta que en esta etapa de mi vi