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La señora de las bolsas

La conocí apenas llegué a vivir al barrio. Rijosa y malencarada, defendía cada centímetro de su puesto situado justo frente a la salida del gran supermercado. "!Bolsas, bolsas!" Gritaba como único reclamo. Uraña, vio como pretendía amarrar mi bicicleta en el poste que lindaba su posición. Desesperada por encontrar algún pretexto para correrme me pidió que no fuera a "dañar" alguno de sus desarrapados plásticos. Pero bueno, yo soy decidido a veces: muy correcto terminé de amarrar mi bici, le dije compermiso y me pasé.  Ella sobrepasa los 90 seguramente, y se parece a la abuelita Coco pero en malhablada. Al fin es del mero barrio. Está todos los días en su puesto de bolsas de plástico y del mandado que los inútiles de sus nietos levantan por la mañana y recogen por la noche con flojera infinita. Y ella está todo el día gritando su único pregón: "¡Bolsas, señito, bolsas!".  Han pasado los años y nuestra relación ha mejorado. Resulta que en esta etapa de mi vi

El recogedor

 ¿Se les ha caído una moneda en la calle?  ¿Se han dado cuenta que cuando se nos cae algo  al piso y hay gente cerca, es muy probable que no sea uno el que lo levante sino que sea cualquier otro, incluyendo cualquier desconocido? Esta actitud humana, (¿latina-Chilanga?) me parece deliciosa:  Se le cae uno algo -cualquier cosa- en presencia de gente, y siempre habrá alguien que se apresure a recogerlo. Aunque no te conozca. Lo natural sería que uno recogiera lo que se le cayó pero, al menos en mi país, lograrlo puede ser tarea difícil. Es impresionante: aún cuando las monedas u objetos no hayan terminado de caer, ya un comedido conciudadano está tirado en el piso intentando recogerlos, literalmente se abalanzan.  Me ha pasado, por ejemplo que se me cae algo, y entre algun suspiro de fastidio y comenzar a intentar agacharme a recogerlo, cuando uno -o dos- transeúntes ya se lanzaron al ataque.  Siempre directo,  siempre sin pedir permiso, casi sin aviso.  Puede ser un veinte en la banquet

Provechito

De las cosas que mas me gustan del lugar donde vivo son ciertas costumbres comedidas de nosotros los chilangos. Seguramente se comparten aquí y allá, pero en conjunto estas costumbres nos distinguen, y a veces, nos explican. Estando en una taquería, el comensal que acaba de pagar su consumo se dirige con buena voz a los otros clientes cercanos y que nunca había visto en su vida, y les desea "provecho" mientras se retira.  En los restoranes o cantinas donde hay que ir pidiendo permiso para poder salir,  se reparten "provechos" a conocidos y desconocidos a todo lo largo del salón.  Cuando el lugar es más pequeño, la forzada intimidad que obliga deglutir a centímetros del conciudadano crea una especie de tensión entre éstos, que se disipa completamente al exhalar un "provecho", al retirarse. Y en general, si alguien se encuentra con alguien que está comiendo, el mejor saludo es "provecho" o "buen provecho". Y todos estos "provechos&qu

Reflejos

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  El renacuajo sintió la caricia del sol y rompió a nadar. Culebreando entre las plantas traspasó el tejado roto y siguió derecho al cielo y a las nubes.

Habitante palpitante

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Mejor que habitar la ciudad, palpitar la ciudad. Es cuando dejas que la ciudad habite dentro en ti.  Cuando circulas por sus arterias y la sientes en tus venas. Cuando más que escuchar sus ruidos, la sientes resonar y retumbar en tu interior. Cuando el ritmo acelerado de sus personas y sus vehículos, sus calles, sus avenidas y sus semáforos,  se acompasan al latido de tu corazón. Habitante palpitante. 

Las luciérnagas espaciales, la heroica Guaymas y la guerra fría.

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Am I sitting in a tin can Far above the world

Ducha para bicicletas

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  A las bicicletas les ha de gustar la lluvia. A los ciclistas no tanto. Con la lluvia las bicicletas son más fáciles de limpiar; y hasta gusto da cuando llega uno a casa bien mojado, pero eso sí con las ruedas rechinando de limpias: una cosa por otra. Para otras bicis  la lluvia será su único baño, como perritos callejeros. (Vértiz Narvarte, CdMx)