Al pan, pan.

Hoy fui a la Ideal.  Esta panadería centenaria de las calles de 16 de  septiembre en el  centro es enorme. Se compone de varias naves en un hermoso edificio de cantera que debió ser un convento o la casona de algún conde, como todo en el centro. Son enormes patios altos techados, pero con pan en vez de plantas y flores sembrado en rotondas e isletas de mostradores. 

Mucho pan. Muchísimo pan. Todo el pan del mundo está en ese lugar y todas las variedades habidas y por haber, aunque para la caja registradora solo existan dos: pan dulce y del otro.  Hay pan del bolillo popular en cajas de madera, pan dulce y hojaldre en charolas de aluminio, bollerías europeas envueltas en celofán y la más increíble variedad de pasteles, gelatinas y postres en limpias vitrinas. Todo se antoja. Desde una simple concha hasta un sofisticado pastelito envinado. Cornucopia de carbohidratos para todos los bolsillos. Hay hasta un elevador de pan, con puertas de cristal y todo. Y dicen, por que no subí, que arriba hay un museo del pastel.  

Con sólo entrar ya se te sube la glucosa arriba de 120. Y es que en este sacrosanto templo a la insulina que representan los millones de calorías que con solo un vistazo se abarcan, se entiende buena medida la problemática de salud pública que representa  el sobrepeso en México: somos adictos al pan dulce. Y es que la disponibilidad de azúcares procesados ha aumentado históricamente. Y  son deliciosos.

Y aunado a eso está la cuestión moral: para nosotros el epítome de lo bueno es precisamente el pan: los más buenos son buenos como el pan. Cuando nos asustamos nos dan pan;  a quién le dan pan que llore y las penas con pan, siempre de los siempres, son menos.

De lo bueno, poco. Salí de la Ideal con mi bolsita de pan al estilo del doctor chapatín, y me traje un cocol para la merienda.


https://www.pasteleriaideal.com/


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