Coser y cantar

Ultimamente cuando escucho esa frase, me recorre un horrible estremecimiento por la espalda. Pavor puro. Lejos de poder imaginar una bucólica escena con la novicia rebelde cosiendo unos vestidos floreados, al tiempo que corre y canta bailando en las empastadas colinas de los alrededores de Salzburgo, escucho "Coser y cantar" y mi cuerpo se paraliza del dolor.

"Ya nada más esta subida; después ya todo lo demás será coser y cantar."

Así anunció mi carnal el menor a la mitad de la a scención al volcán Ajusco, también conocido como Pico del Águila.  Yo no pude responder. Hacía rato que se me había terminado el aliento y la saliva para hablar. Todo el oxígeno que alcanzaba a asimilar lo aprovechaba desesperadamente mi cerebro para no perder la conciencia.  La sensibilidad de manos y piernas y otros sistemas menores se habian deshabilitado hacía tiempo tambien.

Todo comenzó unos días antes, cuando el mismo hermano me invitó junto con el jr. a subir "El Pico".  De inmediato vineron a mi mente gratísimos recuerdos cuando en compañía de mi papá excursionabamos por aquellos hermosos parajes, y cuando solo en una ocasión, coronamos la cumbre, y comimos tortas de casa,  chocolate Carlos V y Boings comprados en la "tienda del alpinista" de Santo Tomás Ajusco,  casi 1000 metros montaña abajo.  Acepté en el acto.

Jr y yo llegamos algo tarde a la cita, y el resto de la expedición salió de inmediato, sin darme tiempo a pensar. Fue cerrar los carros y comenzar a subir. Y subir.. y subir y subir y...  ¡ay, guey!.. ¿pues de qué se trata esto?  la subida era empinada e interminable. No había descansos o veredas; todo era subir, subir, subir por una cuesta pedregosa hasta donde las nubes tapaban. Primero llegó el dolor de pies; luego el dolor de espalda, finalmente el dolor del alma. Como dolorosas punzadas llegó a mi conciencia el hecho de que la última vez que había subido esta montaña había sido hace... 30 años. 30 años que sentía yo cargar junto con casi el mismo número de kilos de sobrepeso.

El paisaje era impresionante; desafortunadamente no pude gastar energías en apreciarlo.  Comencé a pensar seriamente que lo mas prudente sería desistir mientras hubiera oportunidad (todavía se veían los carros a lo lejos,  hacia abajo), pero el orgullo de padre y aquella ahora ominosa frase de "coser y cantar" de mi hermano me hicieron que sacara fuerzas de la flaqueza y continuara.  Me fui alejando del grupo. Bueno, del segundo grupo por que el primero ya se había perdido de vista. Mi hijo el Jr, junto con sus primos, parecían cabras montañescas brincoteando para arriba y para abajo, como perritos ansiosos de que sus amos avanzan demasiado lento. 

Lo que para mí era la subida principal, no fue sino la primera. Después de un brevisimo terreno plano y un igual de breve descanso continuamos a la siguiente, y a la siguiente y a la siguiente. Mi carnal se rió mucho cuando le pregunté, más en serio que en broma si aquella parte del trayecto en particular era "coser" o "cantar"... digo, ¡para ir sabiendo!

Una hora mas tarde avisoré la cima.  Prácticamente todos habían llegado ya, y los que no,  me habían estado haciendo compañía.  Llegar fue tirarme por varios minutos, sin poder hablar, resollando como mula pariendo (no es cierto, las mulas no paren).  El viento soplaba allí increíblemente gélido, cortaba como cuchillo.  La parte más entusiasta de la expedición ya había salido a coronar la otra cima de la montaña -eran dos-  y yo apenas alcancé energías para hidratarme y tomar un bocadillo. Cuando pude hablar, proclame la conquista de la cima en nombre de todos los gorditos del mundo. "¡Si se puede!, ¡Sí se puede!" concluí.  De otro grupo de montañistas escuché: "Ya ves que si se puede? Hubieramos traido a mi  suegra..."  Y cuando menos lo pensaba, después de la obligatoria "foto de cumbre", de vuelta para abajo.

¿Creen ustedes que el decenso, como suena lógico, resultó mas fácil? No. Fue peor. Mucho peor y más tardado.  Aquejado por un par de monísimas hernias de disco a nivel lumbar, el dolor se manifiesta cuando recargo mi peso -considerable- en esa parte de la espalda. Pues adivinen que sucedía al bajar por esa inclinadísima cuesta pedregosa:  cada paso en el decenso, era como clavar mil alfileres a las terminaciones nerviosas de mis vértebras lumbares.  Recordé las narraciones de aquellos épicos ascensos al Himalaya que leía en Selecciones: "Cada paso -decían- era una auténtica tortura".  Pues en mi caso igual, o peor de doloroso, aunque menos épico y meritorio.

No había forma de paliar el dolor, ni tampoco tenía yo más alternativa que continuar bajando. Me tardé casi el doble que en el ascenso, para azoro del resto de la expedición.  Mi carnal ya no se atrevió a decirme que el descenso sería "coser y cantar" por que seguramente habría recibido una pedrada.

No sé como, pero bajé al fin.  Agradecí la paciencia y la solidaridad de mis compañeros de expedición, y les prometí solemnemente no volver a hacerlo. Al menos no sin helicóptero.

De cualquier forma el Ajusco es hermoso, los paisajes son vivificantes y tonificantes y la gran montaña, con su viento y su frío, atemorizante aún en el siglo XXI.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
jajaja de alguna manera me recordo la vez que intente hacer lo mismo en Peña de Bernal (nada comparado)... pero creo que hubo una mezcla de sentimientos algo parecido a lo leido.
primero el orgullo (se supone que tenia buena condición física)... despues el enojo por que me moria de hambre (no habia ni desayunado)y luego la rabia en extremo por quien me hacia subir, jajaja

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