Instrucciones para entrevistar a un narco.

La presente es una reflexión que surge de la complicada situación que vive México en cuanto las acciones en contra del crimen organizado, particularmente del narcotráfico, y su relación con los medios masivos de comunicación, particularmente los electrónicos. En las últimas épocas, se han sucedido capturas de importantes narcotraficantes, y en no pocas ocasiones dichos criminales son entrevistados por la prensa electrónica, cuando no por las propias policías que ignorando todos los procedimientos y leyes, difunden a los medios extrañas video filmaciones con los criminales literalmente “lampareados”. Al respecto, las siguientes consideraciones:

1. ¿Por qué entrevistar a un narco?

¿Y por qué no? Cuando es la policía la que difunde estas imágenes lo hace evidentemente con una intención propagandística: para vanagloriarse de la captura. ¿Han visto fotos de pescadores con sus peces vela, o cazadores con sus jabalies? Pues no le piden nada a los shows que monta la SSP tras sus capturas. Pero esto se hace aún antes de que el capturado sea siquiera presentado ya no ante un juez, sino a un ministerio público que lo investigará. Esta costumbre de balconear criminales lampareados es muy cuestionable, pero no es objeto de esta reflexión.

Cuando uno es reportero y duda sobre si hacer o no este tipo de entrevistas, siempre puede aducirse que se hace por “interés periodístico”. Ustedes saben: “es lo que la gente quiere conocer, la sociedad demanda”, etc. Una fórmula cómoda para no cuestionarse demasiado las cosas. Sin embargo, es importante recordar que esas razones periodísticas no están por encima -como no debiera estar ninguna- de las cuestiones éticas. Ante todo, antes de ser reportero uno es persona; y padre o madre o hijo; de manera tal que nuestra reflexión debe ir sobre la pertinencia o no de la acción, y no en términos de lectores de fama o de rating, sino de lo que quiere uno como sociedad. Una entrevista, al igual que cualquier otro género periodístico, debe cumplir con el criterio de informar ciertamente, pero en su acepción más profunda que es la de “dar forma”, esto es, ser constructiva.



¿Por qué entrevistar a un narco? Fuera de la intención policíaca de presumir el trofeo de la batalla, la primera razón es obvia: para conocerlo; para saber cómo piensan, que dicen las personas que en los últimos años han mantenido en vilo la tranquilidad de la gente; en resumen, para conocer al enemigo. Pero dado que el grueso de las audiencias no está en lucha frontal contra el crimen organizado, las policías, milicias y especialistas bien podrían acceder a los expedientes judiciales o realizar estudios en las prisiones, y no en los horarios triple-A de las televisoras.

¿Por qué no entrevistarlo? Pues como todo reo que no es de conciencia; las sociedades convienen en que los criminales comunes no son sujetos del derecho de libertad de movimientos, (prisión) y desde luego, acceso a los medios masivos de comunicación, por que dichas personas actúan en contra de éstas. De esta forma y al igual que son privados de su libertad; no se considera correcto que ladrones, asesinos, o violadores utilicen los medios masivos de comunicación para dar a conocer las razones, motivaciones o pulsiones de sus actos. Los narcos deben considerarse parte de este grupo.

Hay excepciones claro, que se manifiestan en reductos muy específicos de ciertos medios, que manejan estos contenidos en donde el morbo y ciertas filias son cuestionables pero socialmente toleradas. Me refiero a las secciones de nota roja de la prensa, a los periódicos sensacionalistas y a algunos programas de escándalo. Pero estas excepciones –componente importante de la normalidad social- son eso, excepciones, y nunca ocupan los espacios generales de los medios de comunicación.

Para mí la razón más importante para no entrevistar a un narco, es el azoro, la admiración y hasta la emoción que las trayectorias de estos criminales generan en ciertas partes de la sociedad; jóvenes de pocos recursos, o de pocas luces o inspiraciones; casi nula instrucción y que conocen lo que el dinero y el poder de la violencia pueden lograr; es más, jóvenes que sufren la marginación pero que conocen del reconocimiento social que en ciertos casos han logrado criminales con amplios recursos económicos y poder. El azoro ante lo que el poder de fuego, tanto de armas como de billetazos puede lograr, hace que haya muchachos que busquen integrar voluntariamente las filas del crimen organizado. En algunos blogs y foros de internet que manejan el tema del narco sin mucho cuestionamiento, no son infrecuentes las expresiones de apoyo y deseo de adehesión a estos grupos por parte de muchachos y muchachas que ven en esa realidad un muy aceptable proyecto de vida; aunque esta vida no resulte larga.

Las personas y comunidades afectadas con las acciones del narco dirán que sus expresiones no deben ser publicadas masivamente porque se hace apología de sus ilícitos; los defensores de la libertad de expresión, y quienes lleguen a admirar esta forma de vida –o vivan de ella- propugnarán por lo contrario. Como aparentemente no hay ley al respecto, la decisión estará en los editores y responsables de los medios, pero en última, última instancia del reportero.

2. Entrevistando al narco: conocer al sujeto.

Supongamos que de una forma y otra se entrevistará a un narco. Como cualquier otro sujeto de nuestro trabajo periodístico, es importante hacer algo de tarea previa para llegar con cierto conocimiento del entrevistado, y algunas preguntas –que no todas- preparadas.

¿Qué es un narco? La ley daría una definición bastante simplona y redundante, basada en su actividad, pero la verdad es que en el México de hoy un narco es mucho más que un criminal que realiza acciones específicas constitutivas de delito.

El narco es toda una cultura; o como se dice más pomposamente, una subcultura. La subcultura del narco presupone la renuncia implícita (a veces explícita) a ciertos valores, para obtener otros. Dinero y poder a cambio de vidas y honras; las propias y las de los demás. El narco que se asume narco ha hecho una elección: deja uno de ser gente “decente” para ser poderoso y rico; al fin que la decencia se puede comprar o imponer en muchos casos. Si bien esta decisión implica de suyo cierto valor, (es una decisión casi siempre definitiva y determinante, sin vuelta atrás) no conlleva de suyo valor intrínseco. El respeto, la honra y la admiración que se obtienen de, digamos una vida dedicada al estudio o al servicio de los demás; en el caso de los narcos deben obtenerse en mucho menos tiempo por medio de la intimidación, de la amenaza, la imposición, el soborno y la violencia.

Independientemente de otras connotaciones culturales e históricas, el narco es naco. Una amiga dice que alguien es naco cuando de plano no conoce la decencia, la solidaridad, la dignidad. De manera similar al fenómeno de las hermanitas “Cursis” o la cultura Kitsh, el narco es naco porque desentona en términos culturales: mucho dinero y poca sofisticación. Es un naco con dinero; mucho dinero y muy, pero muy pocos elementos culturales para gastarlo. ¿Han visto aquellas litografías de oleos de payasos o niños lloriqueosos con tamaños lagrimones? Bueno pues estoy seguro que en las casas de los narcos o de sus mamás están las pinturas originales. De igual forma se acercan a las actrices más boludas, a las bandas sinaloenses más escandalosas, a las cantantes gruperas más gritonas, y de ahí toda la industria que se genera a su servicio: dorado de rines para camionetas; joyería fina en cuernos de chivo, chuleado de hummers y cirugías reconstructivas a gordos cincuentones.

Como cultura, la del narco sin duda tiene elementos interesantes, y antropológicamente estudiables: música, estética, lenguaje, códigos y formas de vida. Pero creo que los sociólogos y antropólogos deberán esperar a que antes, se resuelva el problema; que termine el enfrentamiento. En todo caso el recurso de la entrevista no creo que sea la mejor herramienta de estudio. ¿Por qué? Porque los narcos no tienen mucho que decir.

3. Preguntas a un narcotraficante.

Hace unos meses, de uno de los periodistas más respetados del país don Julio Sherer, se anunció que había logrado la entrevista del año; nada más y nada menos que con el “mayo” Zambada, uno de los narcos más buscados en su momento. Apenas pudimos, muchos leímos ávidamente: una serie de vericuetos para despistar, traslados con los ojos vendados y varias acciones desorientadoras para que finalmente se diera una entrevista insípida donde el narco segundón contestó lo que quiso a las preguntas que quiso; y se logró lo que efectivamente querían, tomarse la fotografía. Aunque no sé bien a bien si quien quería esa foto era el narco con el periodista, o el periodista con el narco. Se lo chamaquearon, pues.

Luego cayó la “barbie”, y luego el odiado “JJ”, agresor de Salvador Cabañas. Y ambos, mucho antes de ser presentados ante un Juez, fueron entrevistados; uno por anónimos funcionarios de la SSP, y el otro por un muy conocido reportero. Ambas entrevistas fueron difundidas en los mejores horarios, pero resultaron anticlimáticas.

¿Porque en general, las entrevistas con narcos resultan insípidas? Pues porque no tienen mucho que decir: ¿Qué le preguntas a un multi-asesino? “¿Por qué los mató?” ¿Tiene esa pregunta, o su respuesta, algún sentido? No; porque no hay respuesta alguna que justifique tal acción, dentro de la escala de valores convenida en una sociedad. Solo una cosa puede resultar de interés de las declaraciones de un narco; la implicación, la denuncia de otros personajes, particulares, policías o gobernantes, que pudieran estar coludidos con el aprehendido. Pero viniendo de un criminal arrestado y sin muchas opciones dichas declaraciones deben tomarse con cautela, y en caso de ser ciertas, las autoridades (Y a veces los medios mismos) serán los primeros en evitar su difusión.

Los narcos no tienen mucho que decir. En tanto que delincuentes organizados que trafican con estupefacientes, los narcos roban, secuestran, torturan y matan para continuar con ese negocio. Los narcos optaron por una vida que rompe con el contrato social, que no respeta la integridad y la dignidad (Ya no digamos la legalidad, tan relativa), a cambio de dinero y poder. No es algo para ponerse muy orgullosos; tal vez para demostrar que uno es un cabrón; pero los cabrones no generan mitos ni leyendas, como no sea dentro del género literario de la picaresca.

No hay orgullo en ser narco. En aquella foto donde Caro Quintero mostraba orondo sus frondosas matas de marihuana en el rancho “El Búfalo” en Chihuahua, lo que se veía era más orgullo de agricultor, que de narco.

No hay orgullo entonces. Al menos en entrevistas conocidas, fuera de la esquizofrenia de mesiánicos como los de “La familia michoacana” y aparte de los narcocorridos que tienen una mecánica distinta, ningún narco se enorgullece de ser narco ante los medios. Tanto el Mayo, como la Barbie y el JJ se referían en sendas entrevistas a sus “ilícitas actividades” (Término periodístico por excelencia) medio a fuerzas… sin dar detalles, con cierta pena, usando eufemismos, con un poquito de vergüenza. Caray, si yo fuera el “rey de las quesadillas”, o “el coco de los petaqueros”, me extendería presumiendo mis logros, habilidades y técnicas; pero no: Pareciera ser que al ser entrevistados, estos señores esperaan que las audiencias no se fijen en su negocio y la riada de muerte y corrupción que dejan; y apreciaran mejor en cambio lo sanos, lo guapos que estaban, lo esbeltos, lo gallardos que se veían en sus camisas Polo de Ralph Lurent, que admiren sus carros y camionetas, a las reinas de belleza a sus pies, o la cantidad de diamantes engarzados en las cachas de sus escuadras o AK-47. Plumaje puro pues, ritos de aves del paraíso.

No tiene sentido entrevistar a un narco. Salvo denunciar a otros narcos; no tienen nada que decir.

* * *

Después de horrísonas persecuciones en lóbregos pasadizos, doncellas perdidas; litros de sangre transfundida, espejos rotos, muchas balas de plata, pródigo uso de collares de ajo, filosas dentelladas y certeros mazazos a estacas de madera, logramos atrapar al mismísimo conde Drácula en su castillo. Todavía no amanece. Las autoridades llegarán en un par de horas, y tenemos sentado y atado al más famoso vampiro de la historia frente a nosotros. Ponemos un tripié, probamos el micrófono, prendemos las luces (siendo artificiales no afectan al hemófilo) y corremos la cinta de la cámara. Aclaramos la voz mientras consultamos nuestras elaboradas notas. Vamos a realizar la “entrevista con el vampiro”. Y comenzamos: “A ver señor Drácula, ¿por qué hizo lo que hizo?”

Y el abatido monstruo alza la cabeza, abre los ojos inyectados en sangre: nos mira sin pestañear. Lentamente se encoge los hombros mientras hace una sonrisa idiota… y no dice nada.

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